EL CAGUÁN CINCO AÑOS DESPUÉS
A la deriva
En el parque central de Paujil deben de hacer 40 grados cualquier mediodía soleado. Pero no hay un solo árbol para cobijarse. El alcalde decidió cortarlos todos. Los sustituirá por un bodrio arquitectónico de cemento y ladrillo.
En Doncello hay un puente sin carretera. Para acceder a él hay que subir por una escala de madera, porque se cayó el concreto. Lo mandó construir un burgomaestre que soñó con una circunvalar. Pero se le olvidó hacer la vía. Ya lo repararon dos veces porque, cuentan, las aguas lo arrastran, aunque nadie vio crecer el caño tan alto.
En Puerto Rico ya no hay malecón. A las lanchas les toca atracar en arenas fangosas. Los políticos prometen y no cumplen construir algo digno que haga honor al nombre del pueblo.
San Vicente del Caguán tiene la mitad de las calles destapadas. Eran asfaltadas, pero la dejadez se fue comiendo el pavimento. Pocos esperan algo de unos alcaldes que gobiernan en la distancia.
Esos pueblos del Caguán utilizan sus ríos de cloaca y de manantial, y a nadie le preocupa. La carretera que los une era buena hace ocho años. Hoy está en pésimas condiciones. Todos los días, los ingenieros que construyen la calzada a Cartagena del Chairá pasan por ella. Pero no ven ni los peligrosos desniveles ni los huecos. Ni el que sus pesadas tractomulas contribuyan a destrozarla. Les importa un pepino el deterioro.
La corrupción, la ineptitud, la desidia, la indiferencia causan tantos estragos como la violencia en esas poblaciones caqueteñas, donde tampoco el Plan Patriota les llevó desarrollo y tranquilidad a sus vidas.
Hay más policías y soldados por metro cuadrado que en muchos otros lugares del país, pero parecen objetos decorativos. Hay atracos y robos como nunca antes y ni siquiera lograron espantar a la guerrilla, cuya sombra planea sobre todos los habitantes. Siguen cobrando vacuna; imponen el horario de circulación por las carreteras: cerradas a las seis de la tarde; llevan a cabo crímenes selectivos cuando les viene en gana; mandan sobre los corregimientos y veredas y prohíben, por ejemplo, el uso de celular en la zona rural. Y han amenazado y atemorizado de tal forma a concejales y alcaldes, que unos residen en la capital del departamento y otros, como los de San Vicente, viven apretaditos en el "perímetro de seguridad", un área que engloba alcaldía, entes institucionales y estación de policía, establecida para proteger de ataques terroristas lugares estratégicos y cargos públicos. El resto de moradores queda por fuera.
Por saberse objetivos militares y por falta de garantías, los candidatos limitan sus campañas a los cascos urbanos y ni siquiera a todos los barrios. En Doncello, uno admitió que no se alejará del centro y que tampoco dará a conocer sus recorridos por adelantado. La ironía llega al extremo de que en el corazón de la arremetida bélica contra las Farc, los partidos uribistas son clandestinos. Nadie quiere un aval que equivale a una lápida.
Serán también las Farc quienes determinen si los campesinos pueden votar, algo nada desdeñable teniendo en cuenta que solo en San Vicente hay más de 200 veredas.
La coca es el motor económico de Paujil, Doncello y Puerto Rico. Cada tanto suenan los bombardeos en los bellísimos montes cercanos, donde proliferan cultivos de coca, buscando aniquilar guerrilleros. La gente los escucha con escepticismo porque las bombas no han mejorado sus vidas. Solo San Vicente se libra de los cocales, gracias a sus inmensos pastos, nocivos para la selva amazónica y poco productivos.
Tras cinco años de intentarlo, es evidente que los Planes Patriotas no desterraron a las Farc. Pero, en lugar de cambiar la estrategia, el Gobierno persiste en el error de inundar la región de soldados cuando la guerra es de intimidación y de tiro en la nuca, no de batallas napoleónicas.
Salud Hernández-MoraEl Tiempo, agosto 19 de 2007
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