miércoles, 12 de septiembre de 2007

ciudadanos: tomemos la palabra y la iniciativa


Tomemos la palabra y la iniciativa

de José Saramago

Como declaración de principios que es, la Declaración Universal de los Derechos Humanos no impone obligaciones legales a los Estados, salvo si las respectivas Constituciones establecen que los derechos fundamentales y las libertades en ellas reconocidos serán interpretados de acuerdo con la Declaración. Todos sabemos, sin embargo, que ese recono­cimiento formal puede acabar siendo desvirtuado o incluso denegado en la acción política, en la gestión económica y en la realidad social. La Declaración Universal generalmente es­tá considerada por los poderes económicos y por los poderes políticos, incluso cuando presumen de democráticos, como un documento cuya importancia no va más allá del grado de buena conciencia que les proporciones.

Este medio siglo no parece que los Gobiernos hayan hecho por los Derechos Humanos todo aquello a lo que moralmente, cuando no por la fuerza de la Ley, estaban obliga­dos. Las injusticias se multiplican en el mundo, las desigual­dades se agravan, la ignorancia crece, la miseria se expande. La misma esquizofrénica humanidad capaz de enviar ins­trumentos a un planeta para estudiar la composición de sus rocas, asiste indiferente a la muerte de millones de personas a causa del hambre. Se llega más fácilmente a Marte que a nuestro propio semejante.

Alguien no está cumpliendo su deber. No lo están cumpliendo los Gobiernos, ya sea porque no saben, ya sea porque no pueden, ya sea porque no quieren. O porque no se lo permiten aquellos que efectivamente gobiernan, las em­presas multinacionales y pluricontinentales cuyo poder, ab­solutamente no democrático, ha reducido a una cáscara sin contenido lo que todavía quedaba del ideal de la democracia.

Nosotros como ciudadanos tampoco estamos cumpliendo con nuestro deber. Nos fue propuesta una Declaración Uni­versal de los Derechos Humanos y con eso creímos que lo teníamos todo, sin darnos cuenta de que ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que le corres­ponden. El primer deber será exigir que esos derechos sean no sólo reconocidos sino también respetados y satisfechos. No es de esperar que los Gobiernos realicen en los próximos cincuenta años lo que no han hecho en estos que conmemo­ramos. Tomemos entonces, nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia y la mis­ma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivin­diquemos también el deber de nuestros deberes. Tal vez así el mundo comience a ser un poco mejor.

No hay comentarios: